Imagen encontrada aquí.
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Esta última fotografía muestra el entorno del parque botánico de Iturraran, en Guipúzcoa, aún dominado por los característicos bosques de Pinus insignis. Iturraran comparte con los lugares de origen de estas especies tropicales una elevada pluviometría.
Aunque tengo muchas dudas de la pertinencia de iniciativas como la de Iturraran, la verdad es que resulta casi imposible saber qué actos de nuestra especie son, en última instancia, perjudiciales o beneficiosos. En este caso se incorpora material genético al medio (recordemos que la polinización de los Quercus es anemófila o por medio del viento, sin intermediación de otras formas de vida), por lo que aparecen híbridos que las especies exóticas importadas y las locales. Algo que, en principio, no es satisfactorio.
Imagen encontrada aquí de un híbrido de Quercus glabrescens y Quercus robur en un parque de Gran Bretaña.
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Los parques botánicos, como los zoos, tienen la pátina de lo que ha dejado de estar vigente por no atender suficientemente a una realidad que resulta ser cada vez más compleja. Quizá insondable.
Antes hubo otros órdenes. Así, en España al menos, a mediados del siglo XX era suficiente con reforestar. Cualquier especie valía para el fin de conseguir aquella simplicidad de que una ardilla cruzara la península Ibérica sin tocar el suelo. Aún hoy muchos particulares suspiramos por "lo verde" y por "los bosques", sin importarnos nada más que lo que nos entra por los ojos. Como el verdor sintético del Cerro del Tío Pío. Incluso la administración pública (compuesta por personas) incluye el "clímax" del bosque entre sus objetivos, como si entre los procesos naturales no estuvieran incluidos los incendios, los estadios de degradación, o la desertización. Los legisladores disponen que los técnicos restauren la cubierta vegetal a imitación de la naturaleza, siendo que estos mismos declaran desconocer tales procesos. Y la sociedad lamenta los incendios como fenómenos puramente ligados al ser humano, sin percatarse de que lo importante no son los detonantes, sino que exista madera y paja que pueda arder, en un verano seco con altas temperaturas.
Inevitablemente todo cuelga de nuestros intereses particulares y las sensaciones de las que vivimos casi presos, sin sospecharlo. Como aquel niño, personaje de Miguel Delibes, que decía que su tío Miguelín le había dicho que sin pinos no habría oxígeno para respirar, y que se echaba las manos al cuello para dar a entender, estrangulándose él mismo, el ahogo de que a uno le falte el aire... Después este niño se hará legislador.
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Los parques botánicos, como los zoos, tienen la pátina de lo que ha dejado de estar vigente por no atender suficientemente a una realidad que resulta ser cada vez más compleja. Quizá insondable.
Antes hubo otros órdenes. Así, en España al menos, a mediados del siglo XX era suficiente con reforestar. Cualquier especie valía para el fin de conseguir aquella simplicidad de que una ardilla cruzara la península Ibérica sin tocar el suelo. Aún hoy muchos particulares suspiramos por "lo verde" y por "los bosques", sin importarnos nada más que lo que nos entra por los ojos. Como el verdor sintético del Cerro del Tío Pío. Incluso la administración pública (compuesta por personas) incluye el "clímax" del bosque entre sus objetivos, como si entre los procesos naturales no estuvieran incluidos los incendios, los estadios de degradación, o la desertización. Los legisladores disponen que los técnicos restauren la cubierta vegetal a imitación de la naturaleza, siendo que estos mismos declaran desconocer tales procesos. Y la sociedad lamenta los incendios como fenómenos puramente ligados al ser humano, sin percatarse de que lo importante no son los detonantes, sino que exista madera y paja que pueda arder, en un verano seco con altas temperaturas.
Inevitablemente todo cuelga de nuestros intereses particulares y las sensaciones de las que vivimos casi presos, sin sospecharlo. Como aquel niño, personaje de Miguel Delibes, que decía que su tío Miguelín le había dicho que sin pinos no habría oxígeno para respirar, y que se echaba las manos al cuello para dar a entender, estrangulándose él mismo, el ahogo de que a uno le falte el aire... Después este niño se hará legislador.
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